
Por el Barça, Agüero
De la conducta de cada uno, depende el destino de todos.
Alejandro Magno
Hola qué tal, cómo estás. Bienvenido una vez más a este rinconcito de madridismo. No te lo voy a negar: por aquí estamos muy pero que muy contentos. Más con el resultado que con el juego, las cosas como son, pero tampoco nos vamos a poner muy tiquismiquis a estas alturas con según qué cosas, tú ya me entiendes.

El caso es que ha sido éste un fin de semana bastante especial y me gustaría compartirlo contigo, si no tienes inconveniente. Hay varias circunstancias que lo han motivado pero todas y cada una de ellas se resumen en un sólo término, y no es otro que …
La primera vez
Las cosas que pasan, haces y dices cuando ocurre algo por primera vez son las que determinan cómo te enfrentarás a ello cuando llegue la segunda … porque llegará, no tengas la menor duda. Tomemos por ejemplo lo que ocurre cuando es la primera vez que vas al Camp Nou, y no a ver un partido cualquiera, si no a ver todo un clásico.
Lo primero que haces es mirar unas cien veces a qué hora es el partido. Y no por nada especial sino porque, quién sabe, ¿y si cambian la hora? ¿y si lo suspenden? ¿y si lo has mirado mal y llegas al campo a la hora que pensabas y resulta que allí no hay nadie? he tenido pesadillas más satisfactorias que este pensamiento.
Una vez has confirmado la hora (allá por la vez noventa y siete, aproximadamente), y has confirmado también la fecha (muy importante este extremo, imagínate que vas a la hora buena pero el día incorrecto), te vas a la cama la noche anterior dándole vueltas a la cabeza, y pensando en cosas extrañas como, qué sé yo, unicornios rosas, botas de fútbol de la talla dos o la semana santa … hasta que llega un momento en que se te dibuja una sonrisa (la misma que lleva días instalada en tu cara) y, por fin, te quedas dormido.

Y entonces te levantas el primero, confirmas que todo el mundo sigue durmiendo, te duchas, te vistes, y, como compruebas que el personal sigue de charla con morfeo, te vas a dar una vuelta por los alrededores. Y sales a la calle, coges las calle Bonaplata para abajo y te das una vuelta por Sarrià (no podía ser por otro sitio, estaba escrito). Y mientras vas caminando por su calles (Eduardo Conde, Cardenal Vives i Tutó, Bosch y Gimpera …) terminas dándote de bruces con al Real Club de Tenis Barcelona. Y piensas cuántas tardes de gloria habrá vivido aquí el gran Nadal y te vuelve a salir esa sonrisita que lleva días instalada en tu cara.
Vuelves a casa dando un rodeo (Marquès de Mulhacen, passatge del Roserar, Santa Amèlia y Fontcoberta) mientras vas viendo las primeras unidades de gente con camisetas del Barça; y observas que hay mucha variedad: las hay de Lionel, de Messi, del diez y hasta de un argentino bastante bueno que jugó por aquí. Y cavilas que la gente tiene memoria, buen gusto y, sobre todo, mucha resistencia a olvidar según qué cosas. Y a la vez te alegras de que en todas tus camisetas no esté estampado el nombre de ningún jugador.
Total, que desayunas (sí, todo el mundo se ha levantado ya) y aprovechas y dejas hecha la maleta para que luego por la tarde, cuando tengas que iniciar el camino de vuelta a Madrid, no te pille el toro. Mientras lo haces te debates entre si dejar ya guardada la camiseta que te has traído o si ponértela e ir con ella al partido. Decides que, por lo menos la primera vez, mejor no tentar a la suerte.

Sales de casa acompañado del resto de la familia con la sana intención de encontrar un sitio dónde comer. Tendrá que ser bueno, bonito, barato, bien atendido, mejor situado y, lo más importante: rápidos en servir. Y lo encuentras, claro. Te hace gracia el nombre (El Colmadito de Sarrià) y allá que te vas. No cumplen con todas las condiciones pero, las cosas como son: ¿qué y quién las cumple hoy en día? Total, que acabas, pagas, te despides de la familia y, ahora sí, pones rumbo al Camp Nou.
Sigues viendo gente pasar enfundadas en camisetas y se sigue cumpliendo la premisa ya comentada: todas son del mismo. Y piensas: con la cantidad de enormes jugadores que han pasado por ahí … ¿no tendrán otra qué comprar? Y de repente pasa un señor mayor con la camiseta de Puyol, y, aunque sea algo que ni te va ni te viene, te alegras un poco … y otra vez se te pone la sonrisita que lleva días instalada en tu cara.
Y tras 15 minutos de camino durante el cual has mirado otras cien veces la ubicación de tu asiento (accés 2, porta 78, boca 440, fila 8, seient 1), llegas al estadio. Acceso número 2, te pones en la cola detrás de tres tíos hablando en inglés, dos con la camiseta del Granada y el tercero con la del Sporting de Gijón ¿¿¿???; pasas el primer control y te diriges hacia la puerta 78. Entre la gente ya vas viendo mas variedad de camisetas: las hay de Messi con el 10 y las hay de Leo sin el número. Algo es algo.
Llegas a la puerta, vuelves a situarte en la cola, esta vez detrás de una señora que lleva puesta una camiseta de … sí, lo has adivinado. Y en tu todavía escaso catalán, oyes como le cuenta a alguien por teléfono con total convencimiento que hoy ganan seguro, que no tiene ninguna duda. Y entonces es a ti al que le asalta el temor: ¿y si esta buena señora sabe algo que yo no sé y resulta que la primera vez que vengo al Camp Nou salgo escaldado?
Pasas el torno y de repente se abre ante ti el infierno. Y no acabas de entenderlo porque, a pesar de las camisetas, sabes positivamente que Messi no juega hoy. Y lo entiendes en cuanto miras para arriba: el techo se está cayendo; y miras para abajo: el suelo está tan mal que te vas tropezando a cada paso. Y descubres que desde 1957 no parece que se haya hecho ahí ninguna reforma. Otro en tu lugar se alegraría (que les den y esas cosas) pero tú te entristeces porque sabes que la visita ya no va a ser redonda del todo.

Total, que después de unos minutos de lenta ascensión durante el cual vas viendo que por arriba la cosa está aún peor que por abajo, llegas a tu asiento. Antes has pasado por el baño y has descargado las cervezas que te has tomado en la comida. Te ajustas la gorra y te sientas esperando que nadie reconozca mi blancura. Oyes como un eco de fondo en lo que parece ser la megafonía del estadio relatando las alineaciones de los equipos, a los exaltados de siempre (que los hay en todos los sitios) chillando y mentando a la familia (principalmente a las madres) y un minuto después de la hora señalada comienza el partido.
Tengo que decirte que tardé menos de un minuto en intuir que no habíamos venido a hacer sangre. Veníamos a ganar, eso sí, pero sin abusar, que en el fondo somos muy buena gente y no es cuestión de hacerse más enemigos de los estrictamente necesarios. Agazapados atrás, tocando un poco por aquí, otro poco por allá, recuperando el balón muy pronto, para volver a tocarlo ahora por la izquierda y ahora por la derecha.
Sólo cuando el balón llegaba a los pies de Vini se intuía que podía pasar algo, algo bueno, se entiende. Nadie ha podido hoy con él. Cada partido va ganando en confianza, lo que hace que su crecimiento esté siendo constante y más que notable. Hoy ha desplegado su repertorio de regates, paradas, quiebros y centros, todos con sentido de la oportunidad y del momento. Espero que aún quede sitio en su barco para poder subirme definitivamente a él.

El ritmo del partido era lento y eso beneficiaba también a los nuestros. Toni, Luka y Case, con la ayuda de Benzema, dominaban el espacio y el tiempo, ahora tocando en corto, ahora lanzando a Vini y Rodrygo en largo. No es que yo sea el más listo de la clase, pero el gol se venía venir y vino. Robo de balón de Alaba en defensa, que lanza a Vini, que se la pasa a Rodrygo que, a su vez, ve desmarcado … sí, efectivamente, a Alaba. El austríaco se ha dado la carrera, ha dejado atrás a su marcador y se encuentra sólo al borde del área grande. Resultado: chutazo con la izquierda y primer gol del partido.
Es un caso digno de estudio el de mi tocayo porque ha desmontado en dos días todas aquellas patrañas que siempre nos han contado sobre los periodos de adaptación de los jugadores cuando llegan a un equipo nuevo. Cuando un jugador es bueno, y Alaba lo es y mucho, el periodo de adaptación suele durar entre dos y tres minutos. Ya te veo venir y ya te contesto: ¿Hazard? no conozco al señor ese del que usted me habla.
Desde ahí hasta el final del partido (he adelantado un poco el reloj por no aburrirte mucho) todo fue un quiero y no puedo por parte del Barça (igual llevaba razón Koeman cuando dijo aquello de «esto es lo que hay») y un puedo pero no quiero (por lo menos, no mucho) por nuestra parte. Con eso y con todo fácilmente podíamos haber metido un par de goles más, pero el caso que los dos goles postreros de Lucas y de Agüero dejaron el uno a dos final en el marcador.

Y acaba el partido, se te vuelve a poner esa sonrisita que lleva días instalada en tu cara (bendita mascarilla que la tapa), esperas a que el campo se despeje, te haces unas fotos para terminar de inmortalizar el momento, recorres la rampa que te lleva a la salida procurando que no te caiga ningún trozo del techo en la cabeza, y te diriges a casita (Pius XII, Diagonal, Capità Arenas y Fontcoberta)
Y cuando llegas piensas que no ha estado tan mal la cosa para la ser la primera vez. Y mientras estás en el AVE de vuelta a Madrid, a la vez que se te pone esa sonrisita que lleva días instalada en tu cara, cierras los ojos y sueñas con que ya es abril … y la sonrisita se vuelve en una sonora risa, los ojos se tornan vidriosos y te das cuenta de que, por fin, has encontrado el tema perfecto para la crónica de hoy.
Y como esto es un no parar, la próxima estación llegará el miércoles a las 21:30 horas en el Bernabéu. Nos visitará el Osasuna en la que será la undécima jornada de Liga. Como siempre, por aquí te lo contaré. Prometo no volver a soltarte un rollo tan grande. Nos leemos.

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