(…) Y la alegría lo llenó de la cabeza a los pies, alegría de vivir y alegría de ser él mismo. Porque ahora sabía otra vez quién era y de dónde era. Había nacido de nuevo. Y lo mejor era que quería ser precisamente quien era. Si hubiera tenido que elegir una posibilidad entre todas, no hubiera elegido ninguna otra. (La historia interminable, Michael Ende)
Tócala otra vez, Rafa
El día a día que todo lo devora pero que también todo lo relativiza nos lleva muchas veces a considerar como muy lejanos hechos que, como quien dice, sucedieron antes de ayer.
¿Recuerdas, por ejemplo, cuándo ardió el edificio Windsor en Madrid? La de ríos de tinta que se vertieron sobre el origen del fuego, sobre si fue o no provocado o sobre si fue simple y llanamente un accidente. Parece que han pasado 100 años de eso ¿verdad?
Ese mismo año Alejandro Amenábar ganó el Oscar a la mejor película en habla no inglesa por «Mar adentro», la historia del tetrapléjico Ramón Sampedro y de su lucha por poder decidir sobre su propia vida … y sobre su propia muerte. Ese mismo año también se llevó el Oscar a la mejor película «Million dollar baby» … y es que hay años en que Hollywood sí merece la pena.
También por esas fechas el Liverpool comandado por otro Rafa conseguía su quinta Copa de Europa tras remontar un 3-0 al Milan; los nuestros ganaban el Mundial de Balonmano; Dani Pedrosa ganaba su segundo mundial en 250 y un asturianín apellidado Alonso y de nombre Fernando ganaba el mundial de Fórmula 1 convirtiéndose en el primer español en conseguir tal proeza.
Francia rechazaba en referéndum la constitución europea; la miseria obligaba a miles de subsaharianos a saltar las vallas de Melilla y Ceuta; PP y PSOE se enzarzaban a cuenta del Estatut; se aprobaba otra Ley de Educación y la Iglesia Católica elegía a su nuevo Papa, Benedicto XVI.
¿A que parece que todo esto sucedió hace muuuuuuucho tiempo? Pues todo esto sucedió en el año 2005 … efectivamente, el año en que Rafa Nadal ganaba su primera Copa de los Mosqueteros.
Catorce años después seguimos sin saber qué pasó realmente en el incendio del Windsor; no hemos vuelto a ganar ningún otro Oscar a la mejor película; Hollywood ya no mola tanto; el Liverpool ha ganado una Copa de Europa más al igual que nuestra selección de Balomnano con el título mundial y nuestro asturiano de cabecera; por otra parte Dani Pedrosa no se ha vuelto a coronar como campeón.
La unión Europea se tambalea brexit, populistas y extrema derecha mediante; las concertinas no evitan que la desesperación siga empujando a miles de personas a saltar la valla; tenemos ooooootra Ley de educación, la Iglesia Católica ha cambiado de Papa … y qué te voy a contar del estatut, Cataluña y todo lo que les rodea.
Pero hay algo que a lo largo de todos estos años se ha mantenido inalterable y ha gozado del consenso y del aplauso y elogio general: el idilio de Rafa Nadal con París y con Roland-Garros; 12 títulos en los últimos 15 torneos disputados y la sensación de que esta «tiranía» aún no ha acabado.
Con el tenis me pasa como con el baloncesto: que ni entiendo ni quiero entender. Únicamente me interesan la emoción, la intensidad, la pasión, el entusiasmo y la agitación que me producen. Y en provocar todo eso no hay nadie como Nadal … y me atrevo a decir que seguramente no lo habrá … o, por lo menos, yo no lo veré; por eso me atrevo a gritar eso de …
¡¡¡Tócala otra vez Rafa!!!
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