Luis, según confesión propia, no es futbolero y, las cosas como son, ni falta que le hace. Él ya tiene el título de Marqués sin necesidad de ser del Bosque. Desde el día que le conocí allá por los comienzos de este siglo cuando me acogió entre sus brazos y sus auriculares y me enseñó el correcto funcionamiento de la tecla mute en cinco idiomas distintos, vi que estaba ante alguien especial, sincero y sin dobleces. Alguna vez e oído decir de él que es un bicho raro … no te engañes, amigo, si hay alguien raro evidentemente somos nosotros.
Así vivió el Mundial:
No soy muy futbolero, pero hace 10 años, en el Mundial de Fútbol de Sudáfrica seguí con interés a la selección española. No vi su primer encuentro, en el que perdieron, pero recuerdo haber pensado «lo de siempre, nos eliminarán en cuartos…», y no pensé mucho más en ello, pero no sé exactamente por qué, me vi viendo el siguiente partido.
Me suele aburrir mucho ver fútbol porque por la misma naturaleza del juego, se tarda mucho en ver resultados, buenas jugadas y goles, y no lo disfruto, pero en enfrentamientos importantes sí noto que hay más ocasiones de gol o jugadas más dinámicas y atrevidas que contribuyen a que no sea tan tedioso su contemplación. Supongo que algo tendrá que ver el hecho de que en esos encuentros se enfrentan equipos punteros o selecciones nacionales que suelen ser superiores al resto de los equipos y por eso inconscientemente elijo verlos porque son los que más juego dan, literalmente.
Vi el segundo partido de España y lo disfruté en general. Y como ganaron, decidí seguir viendo todos los partidos de España con un genuino interés con la esperanza íntima de que tal vez ganaran el Mundial. No recuerdo nada especial en todos esos partidos, sólo que los veía generalmente cenando en mi casa, tomando cervezas y «conectado» emocionalmente, -por una vez y sin que sirva de precedente- con el resto de aficionados españoles que también seguían los encuentros. Vi también otros partidos potentes de donde debían salir los siguientes contrincantes contra España, y me sorprendí a mí mismo haciendo cábalas nerviosamente sobre lo que convenía o no a España, ¡como si yo entendiera algo de fútbol!
Contemplé con cierta incredulidad cómo España ganaba partido tras partido con aparente facilidad (no recuerdo si empató alguno o ganó por penaltis) y me pareció natural, consecuente y factible que España ganara el mundial.
El último partido fue muy emocionante e intenso, lo viví con nerviosismo porque recuerdo que aunque España jugaba con confianza, no llegaba el ansiado gol del triunfo, hasta que cerca del final del encuentro, Iniesta marcó, un tanto agónicamente, el gol que nos elevó al Olimpo de los Triunfadores.
Me dejé llevar, sí, lo confieso, yo también le vitoreé, me levanté, reí, me emocioné y disfruté una experiencia comunitaria singular y extraña, pero reconfortante.
Cuando finalizó todo, les proclamaron Campeones del Mundo y vinieron las celebraciones, también las seguí por televisión. Fue uno de los pocos acontecimientos que viví con intensidad y emoción genuinas de un deporte que, por lo demás, no me atrae lo suficiente como para seguirlo con cierta continuidad.
Supongo que solo merecen mi atención los grandes encuentros y acontecimientos donde se nota que juegan los mejores de entre la élite y excelencia futbolística: donde hay buen juego, buen espectáculo y ese algo más intangible, eléctrico y cautivador que hace merecer la pena contemplarlos.
El resto, lo dejo para los demás, a mí no me interesa.